Monday, November 26, 2007

Una tristeza alegre

¿Qué tienen en común Antonio Machado, Franz Kafka, Fernando Pessoa, Miguel Hernández?

Aparte de ser escritores, coinciden en que ninguno de ellos tuvo una existencia feliz.

Antonio Machado se casó con una muchacha llamada Leonor. Él tenía 34 años y ella sólo 15. El matrimonio duró apenas tres años porque, poco después de casarse, Leonor enfermó y murió. Machado nunca se recuperó de aquel golpe. Más tarde sufrió otro derrumbe, cuando hubo de huir de España al perder la República la guerra civil. Murió pocos días después de cruzar la frontera con Francia.

Franz Kafka, en plena juventud, contrajo la tuberculosis. Su padre, que ejerció sobre él una dominación tiránica, se opuso ferozmente a su vocación literaria. Tuvo cinco tentativas matrimoniales frustradas. A pesar de su nulo interés por el trabajo administrativo, hubo de trabajar como empleado en una compañía de seguros, hasta que también dejó ese trabajo a causa de su enfermedad.

A Fernando Pessoa el sufrimiento lo acompañó siempre, tanto a nivel emocional como material. En vida no tuvo nada: carrera, amores, relaciones sociales, ni siquiera obra (sólo vio publicado un libro). Bebió en exceso. Y tenía el vicio de no terminar nunca nada de lo que empezaba. Escribió: Me quedo desolado cuando termino algo… Mi instinto de perfección debería impedirme acabar; debería impedirme incluso empezar.

Miguel Hernández, tras perder la República española la guerra civil, fue apresado a causa de su adhesión al bando derrotado. En la cárcel contrajo la tuberculosis, de la que murió en 1942. Estando en la prisión supo que su mujer y su hijo tenían que alimentarse de cebollas casi únicamente. Lo reflejó en una canción de cuna que escribió para su hijo, las llamadas “Nanas de la Cebolla”.

Es significativo que ninguno de los autores mencionados tuviera una vida fácil. En general, cuesta trabajo encontrar algún escritor valioso que no haya tenido una existencia dura y complicada.

Tal vez la razón sea que las personas felices no escriben libros. Al menos libros profundos. Prefieren la acción: salir a la calle, relacionarse y divertirse.

Borges se lamentaba de no haber sido feliz, pero no por él, sino por su madre. Decía que, si él hubiera sido feliz, su madre también lo habría sido al verle disfrutar de la vida. En cambio, lo insatisfactorio de su existencia contribuyó a entristecer a su madre. En un poema dice: He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz... Mis padres me engendraron para el juego arriesgado y hermoso de la vida, para la tierra, el agua, el aire, el fuego... Los defraudé. No fui feliz. Cumplida no fue su voluntad. Mi mente se aplicó a las simétricas porfías del arte, que entreteje naderías.

Pese a todo, es probable que, a su manera, estos autores no tuvieran una vida triste. Experimentaron otra clase de goce: la magia y el placer de crear. Eso que, por ejemplo, hacía exclamar a Kafka que por nada del mundo le arrancarían de su mesa de trabajo. Eso que a este mismo autor le llevaba a narrar por narrar, aunque nadie fuese a leer sus escritos (llegó a pedir a un amigo que los destruyera a su muerte). Tuvieron otra modalidad de alegría, distinta pero reconfortante.

Así que, pese a todo, fueron felices.

4 comments:

Gemma said...

¡Cierto! Tal y como dices, tal vez fueran felices a su manera...

Sin duda, su insatisfacción vital les empujó a crear. O sea, fueron afortunados gracias a sus fantasías, a su poderosa imaginación o evocación...

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