Thursday, November 08, 2007

Malhablados

De niño viví en Andalucía. Recuerdo que, entre las personas que por desgracia no habían tenido acceso a la formación escolar, era habitual el seseo (pasiensia, caserola...). También estaba extendido el uso de “habemos” en vez de “hemos” (habemos comido), de “veros” en lugar de “iros” (veros a la calle), de “de que” en vez de “cuando” (de que vengas, comeremos), de “asín” en lugar de “así”, de “haiga” por "haya”, “jarto” por “harto”, “jondo” por “hondo”, "tamién" por también… Podría seguir recordando desviaciones, pero no se trata de eso.

Se trata de hacer notar que, precisamente porque esas desviaciones no eran lo suficientemente intensas para provocar que el habla resultara ininteligible para los no andaluces, tales apartamientos eran considerados vulgarismos.

Si las desviaciones hubieran sido más extremas, entonces nos hallaríamos ante una lengua: un idioma autóctono. Y ese hablar andaluz estaría envuelto en una pátina de respetabilidad.

Puede decirse que un apartamiento moderado de las reglas lingüísticas es un vulgarismo: una incorrección. En cambio, un apartamiento generalizado es una lengua. Otra lengua distinta.

Aunque no quiera reconocerse, me parece claro que lenguas tan respetables como el francés, el castellano, el portugués, el catalán, el gallego, el italiano, etc no son sino corrupciones o deformaciones intensas de la lengua latina.

Cada uno de esos idiomas constituye una forma, una modalidad distinta de corromperse el latín.

Se da así la paradoja de que a unas personas (por ejemplo, esos andaluces) se les reprochan vulgarismos expresivos, mientras que a otras, por esta misma realidad (sólo que más acentuada), se las considera titulares de un patrimonio idiomático.

1 comment:

Anonymous said...

ya era hora de que alguien lo dijera