Friday, June 29, 2012

Autopreguntas



¿Te das cuenta de qué osado, qué abusivo, qué ampuloso resulta aspirar a que otros se interesen por leer las palabras que has escrito?

¿Por qué podría interesarles? ¿Qué van a encontrar ahí para dedicar su tiempo a leer lo que escribiste?

¿Te has desvivido escribiéndolo? ¿Te has volcado por entero? ¿Eh?, ¿te has abierto en canal?

¿Has luchado, has combatido con las palabras en fiera, febril, cruenta batalla?

¿Has quitado lo superfluo, eso que no aporta nada?

¿Consideras que no tienen tus pretendidos lectores nada mejor que hacer?

¿Te has convertido en palabras? ¿Has llorado, o has sangrado, o has segregado palabras? ¿Te has derramado sobre ellas?

¿Te has quemado con el fuego de las palabras ardiendo?

¿Te has desollado las manos con el roce que producen las palabras al chocar?

¿Has estirado los límites, las fronteras del lenguaje hasta hacer que las palabras sean más grandes que ellas mismas?

Rásgalas, si no es así, y luego tira los trozos. Haz una hoguera con ellos.

No abuses: no hagas a nadie perder su tiempo en leerte.

(Por cierto, que también es un descaro pretender que alguien se ponga a leer esto.)

Tuesday, May 01, 2012

31 de diciembre de 1936


Leo La defensa de Madrid (Ediciones Espuela de Plata), recopilación de artículos escritos en 1936 por el periodista Manuel Chaves Nogales que se publicaron en la prensa extranjera. Son crónicas de lo vivido en Madrid durante los primeros meses de la guerra civil española (1936-9), cuando la ciudad estaba asediada por las tropas “nacionales” (de Franco y otros militares sublevados contra el gobierno republicano).

Todos los capítulos son del máximo interés, pero hay un pasaje que me ha impresionado especialmente. Narra lo ocurrido el último día de 1936:

”En la noche de fin de año, Madrid, silencioso y hundido en las sombras, ofrece el impresionante espectáculo de un paisaje lunar. En esta noche de San Silvestre, que antes celebraban los madrileños con jubiloso estruendo congregándose en la Puerta del Sol para oír las doce campanadas y comer las doce uvas, no hay ni un alma en las calles.

El vasto ámbito de la Puerta del Sol aparece desierto.

Hay, sin embargo, quienes conservan todavía el gusto de los ritos populares. Una tras otra, seis sombras han cruzado por la oscura y desierta plaza, para juntarse frente a la única esfera visible del reloj y esperar allí a que suenen las doce campanadas que marcan la entrada del año. Son seis periodistas madrileños que no quieren que el rito popular del Año Viejo se interrumpa por la guerra.

Pero del lado de allá de las trincheras hay también quien quiere que Madrid celebre la entrada del año nuevo con todos los honores, y al sonar la primera campanada de la medianoche da alegremente la orden de “¡Fuego!” y un obús cruza por encima de los tejados de Madrid, buscando el corazón de la villa.

La media docena de periodistas que se habían juntado para comer las doce uvas en la Puerta del Sol tiene que buscar refugio pegándose a uno de los muros desenfilados del caserón de Gobernación, y allí, acurrucados, oyen una tras otra las explosiones de los doce obuses que, alegremente, como por broma, han llevado la muerte y la destrucción a otros tantos hogares madrileños”

Creo que a partir de ahora, cuando cada Nochevieja tome las doce uvas viendo en TV el reloj de la Puerta del Sol, me será imposible no recordar la escena descrita por Chaves Nogales: aquel 31 de diciembre en que las doce campanadas (y las doce uvas) fueron reemplazadas por doce obuses. 

Wednesday, March 14, 2012

Yo no existe


Leo “El reloj de la sabiduría”, del neurobiólogo Francisco Mora, y me impresiona especialmente el siguiente párrafo:

Buenos amigos en el colegio o la universidad que se han separado luego y no se han visto en treinta años llegan a no reconocerse incluso físicamente. Y más todavía: cuando hablan durante largo rato, ambos se dan cuenta de que “aquél” que hay enfrente no es ese amigo que dejaron en la universidad hace tanto tiempo. Es otra persona, física y psíquicamente.

Y ¿acaso tal cosa no sucede con uno mismo? Mi yo de hoy difiere de mi yo de hace treinta años. Mi identidad como yo es realmente una actualización constante y consciente de todas las percepciones que recibo de mí mismo cada minuto, cada día.

Posiblemente esa actualización sólo descansa durante las siete horas de sueño. Y es a la mañana siguiente, cuando me levanto, que retomo mi yo y mi constante e incansable reactualización de mí mismo. Enmarco cada pensamiento, cada sentimiento, cada arruga nueva de mi cara y de mi cuerpo en una constante actualización y cambio de mi cerebro que además soy yo mismo. Eso hace que exista el “fantasma” de mí mismo.

Así que ya sabemos lo que es el yo. El yo es un espejismo. El yo es un fantasma.

El yo es una cosa que no existe. El yo es una ficción.