Leo “El reloj de la sabiduría”, del neurobiólogo Francisco
Mora, y me impresiona especialmente el siguiente párrafo:
Buenos amigos en el colegio o la universidad que se han
separado luego y no se han visto en treinta años llegan a no reconocerse
incluso físicamente. Y más todavía: cuando hablan durante largo rato, ambos se
dan cuenta de que “aquél” que hay enfrente no es ese amigo que dejaron en la
universidad hace tanto tiempo. Es otra persona, física y psíquicamente.
Y ¿acaso tal cosa no sucede con uno mismo? Mi yo de hoy
difiere de mi yo de hace treinta años. Mi identidad como yo es realmente una
actualización constante y consciente de todas las percepciones que recibo de mí
mismo cada minuto, cada día.
Posiblemente esa actualización sólo descansa durante las
siete horas de sueño. Y es a la mañana siguiente, cuando me levanto, que retomo
mi yo y mi constante e incansable reactualización de mí mismo. Enmarco cada
pensamiento, cada sentimiento, cada arruga nueva de mi cara y de mi cuerpo en
una constante actualización y cambio de mi cerebro que además soy yo mismo. Eso
hace que exista el “fantasma” de mí mismo.
Así que ya sabemos lo que es el yo. El yo es un espejismo. El
yo es un fantasma.
El yo es una cosa que no existe. El yo es una ficción.