Thursday, November 25, 2010

Coplas del querer

Oigo un CD llamado “Coplas del querer”. Canta Miguel Poveda. Son viejas coplas, algunas muy conocidas (otras no, al menos para mí). Entre ellas está lo que, según la información que aparece en la carátula, es un “popurrí”. En los títulos de crédito figuran, como autores (de la letra y de la música), “León / Quiroga / Solano / Cabello / Freire”.

No entiendo nada de flamenco, pero hacía mucho tiempo que no me emocionaba tanto oyendo una canción. Me conmueve la música (esa guitarra desgarrada que recuerda a Lorca –“Empieza el llanto de la guitarra… Es inútil callarla. Es imposible callarla…”-), me conmueve la voz arenosa que parece hecha para mezclarse con la guitarra, y me emociona la letra (turbadora y llena de pasión: pura poesía).

Me guardo el texto para leerlo como un poema, aunque ahora, incluso leyéndolo en voz baja, no puedo evitar ponerle de fondo la música, la guitarra que sigue sonando en mis oídos:


Dime que me quieres,
dímelo por Dios.
Aunque no lo sientas,
aunque sea mentira
pero dímelo.

Dímelo bajito,
se te hará más fácil decírmelo así,
y el te quiero tuyo será pa mis penas
lo mismo que lluvia de mayo y abril.

Ten misericordia de mi corazón.
Dime que me quieres,
dímelo por Dios.

Te quiero más que a mi vida,
te quiero más que a mis ojos,
más que al aire que respiro,
y más que a la madre mía.

Que se me paren los pulsos si te dejo de querer,
que las campanas me doblen si te falto alguna vez.

Eres mi vida y mi muerte,
te lo juro compañero.
No debía de quererte,
no debía de quererte
y sin embargo te quiero.

Vino amargo que no da alegría,
aunque me emborrache no la puedo olvidar.
Dame vino amargo
que amargue y amargue,
que amargue y amargue
pa quererla más.

Esta pena mía
me está apuñalando
de noche y de día.

Esta pena mía
si me encuentro solo
me da compañía.

Si ve que estoy triste
se vuelve alegría.

Si ve que me pierdo
me sirve de guía.

Sé que me atormenta
y es una agonía
pero estoy contento
con la pena mía.

Tuesday, October 05, 2010

Sobre papel higiénico

Cuando mis hijas nacieron, yo no conocía ninguna canción de cuna. Lo único parecido a eso que me sabía eran las Nanas de la cebolla, de Miguel Hernández. Me las había aprendido de memoria, a los 14 años, en la versión musical que de ellas hizo Joan Manuel Serrat.

Aunque su letra es triste (las escribió Hernández cuando, estando en la cárcel, le informaron de que su mujer y su hijo apenas podían alimentarse de cebollas), a mis hijas les gustaba oírlas y se dormían con ellas.

Hoy leo en el periódico que, durante su estancia en la cárcel, Hernández no sólo compuso esas Nanas, sino que también escribió algunos cuentos para su hijo.

En El País de hoy (5-10-2010) viene una foto del texto, sobre papel higiénico (el único sitio que tenía donde escribir), del cuento El potro oscuro. Lo transcribo a continuación, con mi gratitud póstuma a Miguel Hernández, y lamentando no haber conocido antes este cuento para contárselo también, de pequeñas, a mis hijas.


EL POTRO OSCURO

Una vez había un potro oscuro. Su nombre era Potro Oscuro.

Siempre se llevaba a los niños y las niñas a la Gran Ciudad del Sueño.

Se los llevaba todas las noches.

Todos los niños y las niñas querían montar sobre el Potro Oscuro.

Una noche encontró a un niño. El niño le dijo:

-Llévame, caballo pequeño, a la Gran Ciudad del Sueño.

-¡Monta! -dijo el Potro Oscuro.

Montó el niño, y fueron galopando, galopando, galopando.

Pronto encontraron en el camino a una niña. La niña dijo:

-¡Llévame, caballo pequeño, a la Gran Ciudad del Sueño!

-Monta a mi lado -dijo el niño.

Montó la niña, y fueron galopando, galopando, galopando...



.......................................


¿Acaso no tiene que ser una maravilla, para un niño, dormirse oyendo este cuento?

Thursday, July 15, 2010

Confederación de yoes

Casi todo el mundo lo ha leído, pero yo no. Hasta ayer. Ayer acabé Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi. En la contraportada dice que también se ha hecho una película. Y yo sin saberlo. Pero no importa. El caso es que, aunque tarde, lo he leído y me ha emocionado.

Raramente leo sin subrayar. Y si lo hago es porque el libro no me ha interesado (aunque, de un tiempo a esta parte, si en sus primeras páginas un libro no me interesa lo abandono sin más). En Sostiene Pereira he subrayado varios párrafos. Pero, de entre todos, hay uno que constituye el corazón del libro, la clave del cambio vital que se opera en el protagonista.

Corresponde a un diálogo entre Pereira y el doctor Cardoso. Lo reproduzco aquí (aunque seguro que a quienes lo hayan leído no se les ha olvidado). Por otro lado creo que esta idea de la confederación de almas y el yo hegemónico es algo que, de un modo u otro, todos hemos intuido alguna vez. Quizá por eso nos conmueve verlo escrito.

“…Creer que somos «uno» que tiene existencia por sí mismo, desligado de la inconmensurable pluralidad de los propios yoes, representa una ilusión, por lo demás ingenua, de la tradición cristiana de un alma única; el doctor Ribot y el doctor Janet ven la personalidad como una confederación de varias almas, porque nosotros tenemos varias almas dentro de nosotros, ¿comprende?, una confederación que se pone bajo el control de un yo hegemónico (…) Lo que llamamos la norma, o nuestro ser, o la normalidad, es sólo un resultado, no una premisa, y depende del control de un yo hegemónico que se ha impuesto en la confederación de nuestras almas; en el caso de que surja otro yo, más fuerte y más potente, este yo destrona al yo hegemónico y ocupa su lugar, pasando a dirigir la cohorte de las almas, mejor dicho, la confederación, y su predominio se mantiene hasta que es destronado a su vez por otro yo hegemónico, sea por un ataque directo, sea por una paciente erosión. Tal vez (…) tras una paciente erosión haya un yo hegemónico que esté ocupando el liderazgo de la confederación de sus almas, señor Pereira, y usted no puede hacer nada, tan sólo puede, eventualmente, apoyarlo.

El doctor Cardoso acabó de comer su macedonia y se limpió los labios con la servilleta.

¿Y qué puedo hacer?, preguntó Pereira.

Nada, respondió el doctor Cardoso, simplemente esperar, quizá haya en usted un yo hegemónico que, tras una lenta erosión, después de todos estos años dedicados al periodismo escribiendo la crónica de sucesos, creyendo que la literatura era la cosa más importante del mundo, quizá haya un yo hegemónico que está tomando la dirección de la confederación de sus almas, déjelo salir a la superficie, de todas formas no puede actuar de otra manera, no lo conseguiría y entraría en conflicto consigo mismo”.

Monday, June 21, 2010

Letras de tango

Suele decirse que el tango se compone de tres elementos: la música, la letra y el baile. Yo no sé cuál de ellos fue el primero, pero sí el que más me atrae. La letra, las letras de los tangos están llenas de pasión y poesía.

Me contraría no entender bien, a veces, las letras de los tangos. Algunas grabaciones, como las de Gardel, proceden del tiempo de los gramófonos y el sonido no es óptimo. Otros textos contienen palabras en lunfardo (ese habla del Río de la Plata, curiosa mezcla de español, italiano de Lombardía –de ahí el nombre- y palabras indígenas). Pero aun así disfruto mucho oyendo la letra (también la música, pero sobre todo la letra) de los tangos.

Escuché ayer el disco que Diego El Cigala ha dedicado al tango. Son once tangos a los que el cantaor aporta su toque flamenco. El resultado de tanta mezcla (lo latino, lo indígena, lo africano –la palabra tango viene de África-, lo gitano…) es subyugante.

Algunos tangos me eran conocidos y otros no.

Mientras oía el CD, iba apuntando algunas letras. Estrofas como



Vieja calle de mi barrio donde he dado el primer paso,
vuelvo a vos, gastado el mazo en inútil barajar,
con una llaga en el pecho, con mi sueño hecho pedazos,
que se rompió en un abrazo que me diera la verdad
”.




Cada cual con sus trabajos,
con sus sueños cada cual,
con la esperanza delante,
con los recuerdos detrás
”.




Qué ganas de llorar
en esta tarde gris!
En su repiquetear
la lluvia habla de ti
".




Y hay que concluir que, como dice la letra de Garganta con arena,



Cantor
de un tango algo insolente,
hiciste que a la gente
le duela tu dolor
…”.



Me gustan estas frases, estos versos que seguramente no aparecen en ninguna antología poética pero que viven escondidos entre las letras de los tangos.

Saturday, June 12, 2010

Me hacen daño

Leo (*) que en el condado de Maricopa (Arizona, EE.UU.) los inmigrantes sin papeles son tratados como delincuentes. Se les retiene en una cárcel hecha a base de tiendas de campaña y se les obliga a vestir trajes a rayas (como los presos del cine mudo o los reclusos en los campos de concentración nazis). Por si no fuera bastante, el uniforme incluye cazoncillos de color rosa: una especie de burla o afrenta a su dignidad y virilidad.

Al parecer, la medida cuenta con el apoyo de la mayoría de los ciudadanos.

Lo leo y mi fe en el ser humano se derrumba. Uno puede entender que en los países ricos (donde, pese a serlo, no faltan ciudadanos con dificultades económicas) exista prevención a una llegada masiva de inmigrantes que acaparen los puestos de trabajo y colapsen los servicios sociales. Pero, de ahí a someter a esa gente a la vejación y el escarnio, media una distancia que creía irrecorrible.

Muchas de las personas que apoyan esta medida deben ser trabajadores, gente que conoce lo que es la adversidad y la dureza, y que sin embargo no siente la más mínima comprensión hacia quienes, más pobres que ellos, se ven obligados a a dejar su familia, su país y su idioma para buscar trabajo.

Me gustaría decirles a quienes han decidido actuar así que su actitud resquebraja mi confianza en los hombres. Y que, con ello, a mí también me hacen daño.


(*) En http://www.elimparcial.com/EdicionEnLinea/Notas/Internacional/11052010/446390.aspx

Tuesday, May 18, 2010

Un gran lector

Leo la reseña de “Libros para el führer”, de Juan Baráibar, una obra que trata sobre los libros leídos por Adolf Hitler:


“Era un gran lector, al menos en términos cuantitativos, como ponen de relieve dos hechos, confirmados por múltiples testigos: …su extensa biblioteca personal, repartida entre diversas ciudades (Berlín, Múnich y Obersalzberg, su refugio alpino), calculada según Frederick Oeschsner en unos 16.300 volúmenes; en segundo lugar, diversos testimonios nos hablan de Hitler como lector voraz, incluso compulsivo, a razón de un ejemplar por noche… Admiraba a Cervantes y Shakespeare, del mismo modo que disfrutaba con Robinson, Gulliver o La cabaña del tío Tom. Junto a estos autores y obras, sin embargo, también tenía en gran estima El judío internacional, el tratado antisemita de Henry Ford. Poseía también un manual de 1931 sobre el uso y propiedades de los gases venenosos, uno de cuyos capítulos estaba dedicado al asfixiante que sería comercializado como Zyklon B, que sirvió para perpetrar la mayor matanza en serie de seres humanos conocida hasta entonces”.


Lo cual confirma, una vez más, lo que de sobra sabemos: que la formación académica, la cualificación técnica, incluso la posesión de una inmensa cultura…, no garantizan en absoluto la honradez ni la sujeción ética de una persona.

Es más, tales cualidades (formación, conocimientos técnicos, cultura), en manos de alguien dispuesto a hacer el mal, pueden convertirse en medios facilitadores de su conducta dañina. Pueden ser puestos al servicio de la crueldad.

En el caso de Hitler, no solamente fue un voraz lector, sino que también escribió (en su libro “Mein Kampf” esbozó los rasgos básicos del nazismo).

Así pues, se puede ser lector, escritor, científico, intelectual… y nada de eso guardará relación con la bondad o la maldad, la honradez o la abyección de esa persona.

Si tuviéramos que escoger entre Hitler y un hombre anónimo que nunca leyó un libro, elegiríamos sin duda a la persona inculta.

Friday, April 30, 2010

¿Por qué no se mueve?

Lo leo en www.muyinteresante.es:

Los chimpancés sienten la muerte de sus congéneres de un modo muy similar al de los humanos, revelan dos estudios pioneros publicados en la revista Current Biology.

”Los datos de las observaciones revelan que la percepción de la muerte en esta especie está mucho más desarrollada de lo que se creía hasta ahora", destacó James Anderson, de la Universidad de Stirling, en Escocia, y responsable de uno de los dos trabajos. En concreto, Anderson y su equipo de la universidad escocesa de Stirling observaron en un vídeo a un grupo de chimpancés durante la agonía de "Pansy", una hembra vieja del Blair Drummond Safari Park. En los días anteriores a la muerte de la hembra, el grupo estuvo muy silencioso y le prestó mucha atención, y justo antes de morir fue acicalada y acariciada por sus congéneres.

Los animales parecieron buscar en ella signos de vida una vez fallecida y, aunque poco después se marcharon, su hija se quedó con ella toda la noche. Además, el grupo mantuvo una actitud respetuosa y callada cuando el cadáver fue retirado por los cuidadores y durante varios días los primates evitaron dormir sobre la plataforma donde se produjo la muerte, pese a ser un lugar habitualmente eligido para descansar.

"En general, hallamos varias similitudes entre el comportamiento de los chimpancés hacia la hembra antes y después de su muerte y las reacciones de los seres humanos ante la desaparición de un miembro anciano de la comunidad o de un familiar, pese a que los chimpancés no tienen creencias religiosas o rituales funerarios", señaló Anderson.

El segundo estudio, a cargo de Dora Biro y sus compañeros de la británica Universidad de Oxford, describe el caso de dos hembras en estado natural de un bosque guineano, cuyas crías, de uno y dos años, murieron a causa de un virus respiratorio. Durante semanas e incluso meses, ambas madres llevaron encima los cadáveres ya momificados de sus bebés, quizás incapaces de aceptar lo ocurrido, según sugieren los científicos.



Tras leer esto, me doy cuenta de que la inteligencia, aun siendo una evidente ventaja evolutiva (probablemente la mejor de todas), no hace que los seres dotados de ella sean más felices, sino más desdichados.

Los animales que no tienen consciencia de la muerte (ni de la muerte propia ni de la muerte ajena) no experimentan sufrimiento por la propia finitud, ni tampoco dolor por la pérdida de un ser querido.

Una cebra, en el momento de ser capturada por un león, sabe probablemente que va a dolerle, pero desconoce que ello va a implicar su muerte física, su definitivo dejar de existir.

Una gacela cuyo cachorro es devorado por un leopardo acusará la ausencia de éste, su súbita desaparición. Es probable que lo busque y hasta que lo “eche de menos” algún tiempo, pero ignora que su cachorro ha dejado de estar vivo.

En cambio, los chimpancés (según este artículo) sí atisban lo que significa la muerte. Tal vez no lo sepan del todo, pero lo barruntan o intuyen.

Y por eso sufren más que otros animales menos inteligentes.

También en esto los chimpancés están a pocos pasos de nosotros.

Me imagino a esas chimpancés con el cuerpo de sus crías a cuestas, negándose a aceptar su muerte, y cargándolos en su espalda hasta que –supongo- la putrefacción cadavérica les hizo al fin rendirse a la cruda evidencia.

Me imagino a esas chimpancés y no me resulta difícil ver, en ellas, el desgarro de una madre humana sosteniendo a su hijo muerto.

Thursday, April 22, 2010

¿Qué c... hacemos aquí?

Sigo leyendo “El miedo”, el texto en que Gabriel Chevallier dejó escritas sus vivencias como soldado en la I guerra mundial. Y cuanto más avanzo en su lectura, más me convenzo de la grandeza de este libro, que sin embargo no es muy conocido. (Creo que en España no se había editado hasta fecha reciente; ver entrada anterior).

El párrafo que ahora reproduzco corresponde al capítulo “En el Aisne”, y en él se pone de manifiesto lo absurdo de la guerra, tal como con claridad se percibía por los soldados de ambos bandos. Copio el párrafo sin añadir nada:


“Ese grito que se eleva a veces de las trincheras alemanas, “Kamerad Franzose!” (¡Compañero francés!), es probablemente sincero. El “fritz” (soldado alemán) se ve más próximo al “peludo” (soldado francés) que a su mariscal de campo. Y el “peludo” se siente más cerca del “fritz”, debido a la miseria común, que de la gente de Compiègne (mando militar francés). Aunque nuestros uniformes sean distintos somos todos proletarios del deber y del honor, mineros que trabajan en unos pozos disputados, pero ante todo mineros, con el mismo salario, y que corren el riesgo de los mismos escapes de grisú.

Sucede que, durante un día tranquilo en el que luce el sol, dos combatientes enemigos, en el mismo lugar, en el mismo instante, asoman la cabeza por encima de la trinchera y se ven, a 30 metros. El soldado de azul y el soldado de gris se aseguran prudentemente su mutua lealtad, luego esbozan una sonrisa y se miran no sin asombro, como para preguntarse: "¿Qué coño hacemos aquí?". Es la pregunta que se hacen los dos ejércitos.

En un rincón del sector de los Vosgos, una sección vivía en buenos términos con el enemigo. Cada bando se dedicaba a sus ocupaciones sin esconderse y saludaba cordialmente al bando adversario. Todo el mundo tomaba el aire libremente y los proyectiles consistían en chuscos y paquetes de tabaco. Una o dos veces al día, un alemán anunciaba: “Offizier!”, para señalar una ronda de sus jefes. Lo que quería decir: "¡Cuidado! Tal vez nos veamos obligados a mandaros algunas granadas". Avisaron incluso de un golpe de mano y la información se reveló exacta. Luego la cosa se puso más fea. La retaguardia ordenó una investigación. Se habló de traición, de consejo de guerra, y unos suboficiales fueron degradados. Parecía que se temía que los soldados se pusiesen de acuerdo para poner fin a las hostilidades, en las mismas barbas de los generales. Parece que este desenlace habría sido monstruoso.”

Tuesday, April 20, 2010

La guerra por dentro

Supongo que las personas que van a la guerra prefieren después olvidar sus vivencias, e incluso inconscientemente las suplantan y edulcoran. Tal vez necesiten hacerlo. Y quizá por eso hay muy pocos relatos que muestren con toda su crudeza cómo es una guerra por dentro.

Estos días leo “El miedo” (traducción de “La peur”), de Gabriel Chevallier, en que el autor recoge sus recuerdos de los años vividos en el ejército francés durante la primera guerra mundial.

Se lee como una interminable pesadilla, como una extenuante historia de terror en que la truculencia y la tensión no conceden respiro.

Como muestra, reproduzco un párrafo. El resto del libro (361 páginas en la edición española de “Acantilado”) es igual de intenso.

Mientras leo, me pregunto la razón de tanto padecer. Me pregunto para qué les sirvió todo ese sufrimiento: es decir, qué ventaja o provecho obtuvieron los países que durante cuatro años (1914-8) participaron en aquella locura. Si alguien lo sabe, le agradecería que me lo explicara.

(Del capítulo V, “La barricada”:)

"De súbito, el soldado que me precedía se acuclilló, gateó para pasar por debajo de un montón de material de construcción. Yo me acuclillé detrás de él. Cuando se incorporó, descubrí un hombre pálido como la cera, tumbado de espaldas, que abría una boca sin aliento, unos ojos inexpresivos, un hombre frío, rígido, que debía de haberse deslizado debajo de aquel ilusorio refugio de tablas para morir. Me encontré bruscamente cara a cara con el primer cadáver reciente que hubiese visto en mi vida. Mi rostro pasó a algunos centímetros del suyo, mi mirada se topó con su aterradora mirada vidriosa, mi mano tocó su mano gélida, oscurecida por la sangre que se había helado en sus venas. Me pareció que aquel muerto, en ese breve cara a cara que me imponía, me reprochaba su muerte y me amenazaba con su venganza. Esta impresión es una de las más horribles que me he traído del frente.

Pero ese muerto era como el guardián de un reino de los muertos. Este primer cadáver francés precedía a cientos de cadáveres franceses. La trinchera estaba llena de ellos. Desembocábamos en nuestras antiguas primeras líneas, donde había partido nuestro ataque de la víspera. Unos cadáveres en todas las posturas, que habían sufrido todo tipo de mutilaciones, todo tipo de desgarraduras y todo tipo de suplicios. Cadáveres enteros, serenos y correctos como santos de relicario; cadáveres intactos, sin rastro de heridas; cadáveres churreteados de sangre, manchados y como arrojados a la rebatiña de unas bestias inmundas; cadáveres calmos, resignados, anodinos; cadáveres aterradores de seres que se habían negado a morir, furiosos, derechos, sacando pecho, despavoridos, que reclamaban justicia y maldecían. Todos torciendo el gesto, con sus pupilas apagadas y su tez de ahogados. Y pedazos de cadáveres, jirones de cuerpos y de ropas, órganos, miembros desparejados, carnes humanas rojas y violáceas, parecidos a carne podrida de carnicería, grasas amarillentas y fofas, huesos que dejaban escapar la médula, tripas desenrolladas, como gusanos repulsivos que aplastamos no sin temor…

De lejos percibí el perfil de un hombrecillo barbudo y calvo, sentado en el banquillo de tiro, que parecía reírse. Era el primer rostro distendido, reconfortante, que nos encontrábamos, y fui hacia él con agradecimiento, preguntándome: "¿qué motivos tiene para reír así?". ¡Se reía de estar muerto! Tenía la cabeza cortada muy limpiamente por la mitad. Al adelantarlo, descubrí en un impulso de retroceso que le faltaba la mitad de aquel rostro risueño, el otro perfil. Tenía la cabeza completamente vacía. El cerebro, que había rodado de una pieza, estaba justo a su lado (como un producto de casquería), cerca de su mano, que lo señalaba. Este muerto nos gastaba una broma macabra. De ahí, quizá, su risa póstuma. Esta farsa alcanzó el colmo del horror cuando uno de nosotros lanzó un grito estrangulado y nos empujó brutalmente para huir.

-¿Qué te pasa?

-Creo que es... mi hermano.

-¡Mírale de cerca, Dios santo!

-No me atrevo... -murmuró mientras desaparecía-.”

Monday, April 19, 2010

El botón de apagar

Puede que el botón nuclear no sea un botón, sino una clave o un código. Tal vez (ojalá) no sea solamente un botón, un código o una clave, sino varios botones, códigos o claves sobre los que operar conjuntamente. Sí, es preferible que sea así. Es preferible que una sola persona no pueda acabar con la vida en el planeta. Que, al menos, sean necesarias varias voluntades actuando de consuno. Porque una sola persona (el jefe de Estado, la autoridad militar…) puede sufrir un trastorno mental o un brote de ofuscación o arrebato… y pulsar el botón.

(Claro que varias personas también pueden sufrir al mismo tiempo una crisis de locura. No sería la primera vez.)

Por otro lado, es de suponer que el procedimiento para accionar las armas nucleares no será muy complejo. Sin duda, quienes lo han diseñado habrán previsto que, en caso de ataque, la reacción ha de ser inmediata.

Así que probablemente son muy pocas voluntades las que, fugazmente y sin mayores controles, pueden desencadenar el apocalipsis: el exterminio global de la humanidad.

Estamos todos los humanos a merced de unas cuantas mentes, de unas pocas voluntades, tan expuestas al desequilibrio o a la enajenación como las de cualquier otra persona.

Todo el planeta está en manos de unas pocas manos (¿cuántas: dos, tres, tal vez cuatro…?). De poquísimas manos que, además (y a juzgar por su comportamiento en la vida privada y en la actividad política), no parecen ni demasiado sensatas ni demasiado lúcidas.

Toda la vida en la Tierra depende de que una (o dos, o tres, o cuatro) personas no aprieten un botón.

A este grado de fragilidad hemos llegado.

Habrá que preguntarse qué hacer para que ese botón (o botones), y las armas a él conectadas, dejen de funcionar. Para que desaparezca de una vez el botón de apagarlo todo.

Tuesday, March 30, 2010

¿Monstruos?

No digamos que fueron monstruos.

Ningún monstruo hizo gasear a millones de humanos por ser de otra raza.

Ningún monstruo exterminó o deportó al gulag a millones de personas.

No: ningún monstruo perpetró tales actos. Ni el Hombre-lobo ni el Yeti ni el vampiro Drácula ni el monstruo de Frankenstein hicieron algo parecido.

La fantasía puede concebir seres monstruosos, pero difícilmente llega a imaginar tanta perversión, tanta crueldad.

También en relación con el mal la realidad excede a la ficción.

Así que no digamos que esas personas reales fueron monstruos. No comparemos a esos genocidas con ellos. Los monstruos, los verdaderos monstruos nacidos de la imaginación o de la pesadilla, se sentirían ultrajados.

Monday, February 01, 2010

La música según Pessoa

A su muerte, el escritor portugués Fernando Pessoa, que apenas había publicado nada en vida (salvo algunos poemas sueltos en una revista literaria llamada Orpheu), dejó un baúl lleno de manuscritos. En él no sólo guardaba poemas, sino también esbozos, borradores, pensamientos, apuntes, correspondencia, hojas de su diario personal... Poco a poco van saliendo a la luz esos escritos. Leerlos supone una especie de violación de su intimidad, de esa privacidad post mortem a la que todo el mundo debería tener derecho. Pero por otra parte son -muchos de ellos- escritos tan deslumbrantes que destruirlos implicaría una gran pérdida para la humanidad. Algunos de esos textos pueden leerse ahora en el blog pessoasdepessoa (personas de Pessoa) -pessoasdepessoa.blogspot.com-, publicado por Carlos Ciro. Junto a los originales en portugués o en inglés (Pessoa, que pasó su infancia en Suráfrica, escribía indistintamente en ambas lenguas) encontramos su traducción al español. Hay, entre los textos publicados por Carlos Ciro, dos poemas de Pessoa dedicados a la música. Son éstos:



LO QUE ESA MÚSICA ME ENTREGA

El velo de lágrimas no ciega.

Veo, llorando, lo que esa música me entrega
-la madre que tuve, el antiguo hogar, el niño que fui,
el horror del tiempo, porque fluye, el horror de la vida, ¡porque sólo es matar!-.
Veo y me adormezco en un torpor en que me olvido que existo aún en este mundo que existe...
Estoy viendo a mi madre tocar.
Y esas manos blancas y pequeñas, cuya caricia nunca más me arrullará,
tocan al piano, cuidadosas y serenas, (¡Dios mío!)
Un soir à Lima.
¡Ah, veo todo claro! Estoy otra vez allí.
Aparto del claro de luna exterior y extraño los ojos con que la vi.
¿Pero qué? Divago y la música terminó...
Divago como siempre divagué sin tener en el alma la certeza de quien soy,
ni verdadera fe o una ley firme.
Divago, creo eternidades mías en un opio de memoria y de abandono.
Entronizo fantásticas reinas sin tener para ellas un trono.
Sueño porque me baño en el río irreal de la música evocada.
Mi alma es un niño harapiento que duerme en una oscura esquina.
Sólo tengo de mí, en la realidad cierta y despierta,
los harapos de mi alma abandonada y la cabeza que sueña contra el muro.
Pero, madre, ¿no habrá un Dios que no me tome totalmente en vano,
u otro mundo en el que ahora esté esto?
Divago aún: todo es ilusión.
Un soir à Lima.


Quiébrate, corazón...

…………………………………………………..



LA MÚSICA EN TODO CASO



La música, sí, la música…
Piano banal del piso de enfrente.
La música en todo caso, la música…
Aquello que viene a buscar el llanto inmanente de toda criatura humana.
Aquello que viene a torturar la calma con el deseo de una calma mejor…
La música…
Un piano allí arriba con alguien que lo toca mal.
Pero es música…
¡Ah, cuántas infancias tuve!

¿Cuántas buenas tristezas?
La música…
¡Cuántas más buenas tristezas!
Siempre la música…
El pobre piano tocado por quien no sabe tocarlo.

Pero, a pesar de todo, es música.
Ah, ahí consiguió una nota continua —una melodía racional—.

¡Racional, Dios mío!
¡Como si alguna cosa fuera racional!
¿Qué nuevos paisajes en un piano mal tocado?
¡La música!… ¡La música…!



Sobran comentarios. Sólo se me ocurre añadir que, como cualquier poeta, Pessoa era muy consciente de que, por mucho que alguien se esfuerce en decir algo con palabras, nunca-nunca-nunca logrará transmitir aquello que la música es capaz de expresar.

Friday, January 08, 2010

Conocidos

Tiremos el monumento al soldado desconocido y en su lugar hagamos un censo, un listado. Con nombres, apellidos, el pueblo en que nacieron, la edad en que los mataron, alguna foto que haya…

Saquémoslos de la oscuridad y el anonimato.

Y apaguemos la llama inextinguible. Que sea un fuego apagado, como ellos.

Dado que fueron reales (y no abstractos), vivientes (y no pétreos), derribemos el monumento al soldado desconocido y en su lugar pongamos todo cuanto de ellos se sepa.

Thursday, January 07, 2010

Los mismos

Qué raro que sean

el mismo idioma para insultar
o para dar ánimo

el mismo metal para el bisturí
o para las balas

la misma tinta para la verdad
o para el engaño

las mismas manos para acariciar
o para torturar

la misma energía para derribar
o para construir

los mismos fémures, peronés, tibias para asaltar
o para socorrer

la misma masa encefálica para elegir algo
u otra cosa
o su contrario

Qué raro que sean
tan multifuncionales,
tan polivalentes