Thursday, January 10, 2008

No me esperes en el cielo

Lo cuenta Bartolomé de las Casas en su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, compendio de desmanes cometidos durante la conquista y cristianización de América. Lo que narra ocurrió en el año 1511. Lo transcribo (con la sola licencia de poner algunas palabras en castellano moderno):

“Un cacique y señor muy principal, que por nombre tenía Hatuey, que se había pasado de la isla Española a Cuba con mucha gente por huir de las calamidades e inhumanas obras de los cristianos, y estando en aquella isla de Cuba, y dándole noticias ciertos indios de que pasaban a ella los cristianos, juntó mucha de toda su gente y les dijo: “Ya sabéis como se dice que los cristianos pasan acá, y tenéis experiencia de lo que ha pasado a los señores fulano y fulano y fulano; y aquellas gentes de Haití (que es la Española) lo mismo vienen a hacer acá. ¿Sabéis quizá por qué lo hacen?” Dijeron: “No; sino porque son por naturaleza crueles y malos”. Dice él: “No lo hacen sólo por eso, sino porque tienen un dios a quien ellos adoran y quieren mucho y por hacerlo de nosotros para adorarlo, nos tratan de sojuzgar y nos matan”…

Este cacique y señor anduvo siempre huyendo de los cristianos desde que llegaron a aquella isla de Cuba, como quien los conocía, y se defendía cuando se los topaba, y al fin lo prendieron. Y sólo porque huía de gente tan inicua y cruel y se defendía de quien lo quería matar y oprimir hasta la muerte a él y toda su gente y generación, lo hubieron de quemar vivo. Atado a un palo le decía un religioso de San Francisco, santo varón que allí estaba, algunas cosas de Dios y de nuestra fe (el cual nunca las había jamás oído), lo que podía bastar aquel poquillo tiempo que los verdugos le daban, y que si quería creer aquello que le decía iría al cielo, donde había gloria y eterno descanso, y si no, que había de ir al infierno a padecer perpetuos tormentos y penas. Él, pensando un poco, preguntó al religioso si iban cristianos al cielo. El religioso le respondió que sí, pero que iban los que eran buenos. Dijo luego el cacique, sin más pensar, que no quería él ir allá, sino al infierno, por no estar donde estuviesen y por no ver tan cruel gente…”.

En verdad la narración conmueve, aunque la respuesta del indígena, deseando ir al infierno (y no al cielo) con tal de no encontrarse con cristianos, nos provoque cierta sonrisa cómplice.

El empleo de las religiones como coartada al servicio de las mayores iniquidades parece una constante en la historia de la humanidad. Y también lo es, por desgracia, el consentimiento (o al menos inhibición) de los ministros religiosos a propósito de esa instrumentalización de la fe.

La conquista de América y el sometimiento de sus aborígenes, realizado en nombre de la evangelización, no encontró reparo formal ni condena activa por parte de las autoridades eclesiásticas.

Es verdad que no todos fueron iguales: que, en medio de la masacre y el expolio, hubo algunos hombres justos. Fue el caso de Bartolomé de las Casas. Pero, como de ordinario, también en el ámbito en que se desenvolvía De las Casas las personas dignas y decentes fueron las menos.

1 comment:

Anonymous said...

OK