Friday, January 04, 2008

Bombas fétidas

Cuando yo era pequeño, uno de los artículos de broma que solíamos adquirir en tiendas navideñas eran las llamadas bombas fétidas. Se vendían con ocasión del día de los Inocentes y eran unas ampollas que, al arrojarlas al suelo, dejaban escapar un líquido con olor a huevos podridos.

Hace poco he leído que inicialmente las bombas fétidas se concibieron, no como artículo de broma, sino como verdaderas bombas para uso en tiempos de guerra:

Durante la Segunda Guerra Mundial las bombas de olor se distribuyeron a los rebeldes franceses, quienes debían acercarse con disimulo a los oficiales alemanes y vaciarles encima el preparado. El resultado esperado era convertir al enemigo en objeto de irrisión para minar su moral, ya que es difícil respetar a una autoridad que apesta a heces. La idea chocó con algunos problemas: su olor se imponía con la simple apertura del vial, impidiendo al portador acercarse a su objetivo, que huía despavorido. Además, el propio guerrillero quedaba tan impregnado con los vapores de su artefacto que él mismo acababa odiando su misión”.

La realidad de las guerras pone de relieve hasta qué punto es posible la mezcla de inteligencia y estupidez, su aleación dentro de un mismo cerebro. Se hace duro imaginar a los mejores científicos del mundo aplicados a diseñar bombas de racimo, bombas atómicas y… bombas fétidas.

En medio de este aquelarre de irracionalidad, no sorprende que irrumpan ideas tan disparatadas como las bombas de olor. Aunque, puestos a oler mal, lo más nauseabundo no son las bombas fétidas, sino nuestra irrefrenable propensión a la estupidez.

2 comments:

Gemma said...

Porque, en realidad, no somos sino un atajo de estúpidos con atisbos esporádicos de lucidez: eso es lo que somos.

saiz said...

Muy bien, Mega. Lo normal es la estupidez y la lucidez es lo excepcional, como esa excepción que confirma la regla de la estulticia.