Friday, December 28, 2007

La casa del poeta

He visitado, en Granada, la casa de García Lorca. Se llama huerta de San Vicente y es el lugar donde el escritor pasaba los veranos, en compañía de su familia, hasta su asesinato en 1936. Aunque el entorno está cambiado, la casa se mantiene intacta. He visto la cama donde dormía, la mesa en la que escribía sus obras, incluso la cocina familiar. Para bien o para mal, no se muestra a los visitantes el cuarto de baño.

No negaré que me ha emocionado contemplar el sitio donde Lorca compuso algunos poemas que me deslumbran. Poemas como:

La aurora de Nueva York tiene / cuatro columnas de cieno...

O

Empieza el llanto de la guitarra. / Es inútil callarla. / Es imposible callarla...

Pero, al mismo tiempo, no sé qué relación puede haber entre aquellos versos y la materialidad de esa cama, esa mesa, esas sillas, esas paredes...

Entonces se me ocurre que aquellas creaciones tienen vida al margen de su autor, y que entre los poemas y su artífice no cabe buscar vinculación ni afinidad.

Y me pregunto también si no sería mejor que todas las creaciones fueran anónimas. Y que, al editarse una obra, en lugar del nombre del autor apareciera un rótulo diciendo Noimporta.


2 comments:

Gemma said...

Al margen del autor, no creo; al margen del lugar tal vez.

¿De veras crees que no importa la autoría? Pues a mí me gusta saber que libros de poemas como Poeta en Nueva York, o de teatro como El público fueron escritos por un tal Federico García Lorca. ;-)

PS: Las obras, en rigor, no pueden ser anónimas, sino de autor desconocido.

saiz said...

Gracias, Mega, por tu comentario.

Sin duda, es otra forma de verlo.

Lo que me ha ocurrido, con determinados autores (no es el caso de Lorca), es que algunas obras me han fascinado, pero después, al conocer los detalles de la vida real -la biografía- de esos autores (como personas) me han decepcionado. No citaré nombres, pero es así.

Entonces pienso que la obra debe ser objeto de una estima distinta de la de su autor: Que, aunque la obra suscite admiración o deslumbramiento, la persona de su autor no tiene por qué ser objeto de idéntica estima. Incluso puede admirarse la obra y desaprobar la actuación del autor en su vida real.

A fin de cuentas los autores literarios desarrollan una actividad creadora, al igual que un pintor, un escultor, etc. El hecho de que, por ejemplo, suscite fascinación una pintura no significa que tenga también que admirarse a su autor.

También me ocurre que, en relación con un mismo autor, alguna obra suya me resulta especialmente grata, y otras sin embargo no.

Por tanto, aprecio una disociabilidad entre el gusto hacia una obra y el sentimiento que pueda tenerse hacia su autor.