Wednesday, December 31, 2008

Babel

Está históricamente comprobado. Si a un conjunto de humanos que hablan el mismo idioma se les divide en varios grupos y se les separa de forma que no se relacionen entre sí, al cabo de unos cientos de años hablarán idiomas distintos.

Cuando se realza el idioma como seña de identidad de los pueblos, conviene recordar que hubo un tiempo en que no existían el castellano, el catalán, el portugués, el francés... y no pasaba nada.

(Séneca nació en España -posiblemente en la actual Córdoba- pero nunca conoció el español, porque cuando él vivió el idioma español no existía aún. Ovidio nació en Italia pero nunca podría haber hablado italiano. Ambos escribieron en latín, y gracias a eso pudieron ser leídos en media Europa.)

Pero bastaron la caída de Roma y unos pocos siglos de división territorial para que la lengua evolucionase por separado en cada sitio (en cada grupo). De modo que, ahora, unos y otros no pueden entenderse entre sí.

Así que eso es un idioma: gente hablando por su cuenta, palabras que evolucionan por separado.

Eso es todo, no hay más.

Nos gustan los idiomas porque son formas distintas de traducir la realidad a palabras. Pero no deberíamos olvidar lo que de arbitrario y artificioso tienen todos ellos. Ni tampoco que, al final, la realidad es la misma se diga en el idioma que se diga.

1 comment:

saiz said...

Gracias, Elio. Seguiré tu consejo.

Debería haber una autoridad mundial, respetable y respetada, que impusiera (con el respaldo, incluso coactivo, del conjunto del mundo) un orden justo en ese lugar. Por ejemplo, un arbitraje obligatorio a emitir por personas independientes, acreditadas y autorizadas en razón de su trayectoria personal (premios Nobel de la Paz vivos, o algo así).

No sé apenas de historia, pero tengo entendido que el estado de Israel se creó artificialmente tras la 2ª guerra mundial, como modo de (en teoría) compensar a los judíos por el holocausto nazi.

Pero el caso es que se hizo en un territorio, Palestina (entonces bajo protectorado británico), despojando a muchas personas no judías de sus casas y tierras.

Y eso es inadmisible. Lo era entonces, lo es ahora y lo será siempre.

La única paz posible en ese lugar pasa, en mi opinión, por volver (en la medida en que se pueda) al estatus previo a 1945: dar a cada familia aquello de la que se le privó (robó) y constituir, bajo tutela internacional, un Estado pluricultural y plurirreligioso donde los partidos étnicos o confesionales estén prohibidos.

Puede ser una utopía, pero es mi (escasamente autorizada) opinión.

La alternativa ya sabemos cuál es.