Thursday, April 22, 2010

¿Qué c... hacemos aquí?

Sigo leyendo “El miedo”, el texto en que Gabriel Chevallier dejó escritas sus vivencias como soldado en la I guerra mundial. Y cuanto más avanzo en su lectura, más me convenzo de la grandeza de este libro, que sin embargo no es muy conocido. (Creo que en España no se había editado hasta fecha reciente; ver entrada anterior).

El párrafo que ahora reproduzco corresponde al capítulo “En el Aisne”, y en él se pone de manifiesto lo absurdo de la guerra, tal como con claridad se percibía por los soldados de ambos bandos. Copio el párrafo sin añadir nada:


“Ese grito que se eleva a veces de las trincheras alemanas, “Kamerad Franzose!” (¡Compañero francés!), es probablemente sincero. El “fritz” (soldado alemán) se ve más próximo al “peludo” (soldado francés) que a su mariscal de campo. Y el “peludo” se siente más cerca del “fritz”, debido a la miseria común, que de la gente de Compiègne (mando militar francés). Aunque nuestros uniformes sean distintos somos todos proletarios del deber y del honor, mineros que trabajan en unos pozos disputados, pero ante todo mineros, con el mismo salario, y que corren el riesgo de los mismos escapes de grisú.

Sucede que, durante un día tranquilo en el que luce el sol, dos combatientes enemigos, en el mismo lugar, en el mismo instante, asoman la cabeza por encima de la trinchera y se ven, a 30 metros. El soldado de azul y el soldado de gris se aseguran prudentemente su mutua lealtad, luego esbozan una sonrisa y se miran no sin asombro, como para preguntarse: "¿Qué coño hacemos aquí?". Es la pregunta que se hacen los dos ejércitos.

En un rincón del sector de los Vosgos, una sección vivía en buenos términos con el enemigo. Cada bando se dedicaba a sus ocupaciones sin esconderse y saludaba cordialmente al bando adversario. Todo el mundo tomaba el aire libremente y los proyectiles consistían en chuscos y paquetes de tabaco. Una o dos veces al día, un alemán anunciaba: “Offizier!”, para señalar una ronda de sus jefes. Lo que quería decir: "¡Cuidado! Tal vez nos veamos obligados a mandaros algunas granadas". Avisaron incluso de un golpe de mano y la información se reveló exacta. Luego la cosa se puso más fea. La retaguardia ordenó una investigación. Se habló de traición, de consejo de guerra, y unos suboficiales fueron degradados. Parecía que se temía que los soldados se pusiesen de acuerdo para poner fin a las hostilidades, en las mismas barbas de los generales. Parece que este desenlace habría sido monstruoso.”

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