Tuesday, July 29, 2008

Cómo pesa esta Historia

Muchas ciudades europeas están situadas en las faldas de cerros y colinas, alrededor de un castillo. Fueron construidas así en la Edad Media, cuando era básico disponer de una fortaleza amurallada. Pero esto en la actualidad es un inconveniente, ya que las calles en cuesta son difíciles de recorrer. Son, además, calles estrechas y tortuosas, aptas para desplazarse a pie o a caballo, pero imposibles para los medios de transporte actuales.

Es el peso de la Historia.

Hasta hace poco en Europa había decenas de monedas oficiales: el franco, el marco, la peseta, el escudo, la lira, etc. Esto dificultaba considerablemente las transacciones internacionales.

Es el peso de la Historia.

Todavía hoy es difícil la comunicación verbal entre europeos de distintos países. Pese al avance del inglés como lengua internacional, aún son muchos (seguramente la mayoría) los europeos que no pueden conversar fluidamente entre sí.

Es el peso de la Historia.

Qué contraste
–por ejemplo- con los Estados Unidos: donde las ciudades, al ser modernas, poseen anchas calles trazadas en cuadrícula; donde siempre ha habido una moneda común (el dólar); y donde el idioma inglés permite comunicarse desde la costa del Atlántico hasta la del Pacífico. Es la ventaja de no tener (apenas) Historia.

A los países viejos, la Historia nos legó una rémora de división, de guerras, de fronteras… Qué pesadez.

Nuestra Historia es una carga muy gravosa. Es un lastre que tenemos que soltar.

Monday, July 28, 2008

El Dr. J.

En el libro al que ya me he referido (El hombre en busca de sentido), Viktor Frankl cuenta la historia del Dr. J.:

“El Dr. J. es el único hombre con el que me he cruzado en mi vida al que me atrevería a calificar como un ser diabólico. En aquella época se le conocía con el sobrenombre del “asesino de masas de Steinhof”, el gigantesco hospital psiquiátrico de Viena. Fue el encargado de poner en práctica el programa de eutanasia iniciado por los nazis. Lo desempeñó con un fanatismo tal que hizo todo lo posible para que ni un solo enfermo mental escapara a la cámara de gas. Cuando regresé a Viena, después de la guerra, me interesé por la suerte del Dr. J. “Los rusos lo mantenían prisionero en una de las celdas de aislamiento de Steinhof”, me informaron. “Pero al día siguiente la puerta de su celda apareció abierta y nunca se volvió a saber nada de él”.

Años después, visitó mi consulta un antiguo diplomático austriaco, prisionero tras el telón de acero durante muchos años, primero en Siberia y después en la famosa prisión Lubianka de Moscú. Mientras cumplimentaba su examen neurológico, me preguntó, de pronto, si conocía al Dr. J. Tras mi respuesta afirmativa, continuó: “Yo coincidí con él en Lubianka. Murió allí de cáncer de próstata, a los 40 años. Pero antes de morir fue el mejor compañero, casi ejemplar. Consolaba a todo el mundo. Mantenía un comportamiento impecable. Era el mejor amigo que encontré en mis largos años de cautiverio”.

Ésta es la historia del Dr. J., el “asesino de masas de Steinhof”.

O sea que, aunque cueste creerlo, en el mismo ser humano -el Dr. J.- cupieron la crueldad extrema y la solidaridad. Y es que ¡ caben tantas personas dentro de una persona !

Sunday, July 20, 2008

El espanto por dentro

Viktor Frankl fue un psiquiatra austriaco que, debido a su origen judío, permaneció durante años recluido en varios campos de concentración nazis. En su libro El hombre en busca de sentido recoge algunas de las vivencias que experimentó. No es, seguramente, el libro que mejor describe la vida en los campos de concentración, pero sí el que mejor retrata la actitud de sus protagonistas.

Gracias a este libro podemos saber que:

-No todos los prisioneros eran buenos. Entre ellos también había canallas. Precisamente los más depravados solían ser nombrados Kapos o capataces por los miembros de las SS que dirigían el campo.

-Entre los prisioneros eran frecuentes las intrigas y maquinaciones para influir sobre las autoridades a la hora de seleccionar los presos que periódicamente eran enviados a otros campos (de trabajo o de exterminio).

-Los presos que no participaron en traiciones e intrigas no sobrevivieron. Textualmente dice el autor que los mejores de entre nosotros no regresaron a casa.

-La solidaridad y comprensión entre los presos no siempre estuvo presente. El autor cuenta que, con ocasión de un traslado, el tren en que eran llevados pasó junto a la calle donde él había nacido. Les supliqué un huequecito para acercarme a la mirilla durante un instante. Intenté explicarles cuánto significaba para mí. Rechazaron mi petición con rudeza: “Así que has vivido ahí tantos años… Entonces ya lo tienes muy visto".

-Los prisioneros eran conscientes de que la cámara de gas era el destino de los no productivos. De ahí su afán en mantenerse útiles. El autor relata cómo, tras ser trasladado de campo con otros presos, todos festejaron el hecho de que de las duchas saliera… agua.

-No obstante, los suicidios entre los prisioneros eran frecuentes. Bastaba, para ello, lanzarse contra las vallas electrificadas del campo.

-No todos los dirigentes de los campos de concentración eran malvados. El autor alude a un vigilante que daba pan a los presos quitándoselo de su propia comida, e incluso a un comandante alemán que compraba de su bolsillo medicinas para los prisioneros. Y es que, como concluye Frankl, hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la raza de los hombres decentes y la raza de los hombres indecentes. Ambas se entremezclan en todas partes y en todas las capas sociales. Ningún grupo se compone exclusivamente de hombres decentes o indecentes. Ningún grupo es de pura raza.

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Tras la lectura de este libro queda claro que el nazismo consiguió sacar de las personas (y no sólo de quienes se vieron obligados a colaborar con él, sino incluso de sus víctimas) lo peor que llevaban dentro.

El problema, entonces, no es que Hitler y otros dirigentes nazis fueran unos monstruos, sino que lograron monstruizar a una ingente cantidad de personas.

Y es que, por desgracia y a la vista de lo que la Historia nos enseña, monstruizar a otros parece algo relativamente fácil.

Friday, July 04, 2008

Natural o no

Desde distintos ámbitos se postula lo natural y se reprueba lo antinatural. Quienes así se pronuncian no sólo defienden su particular opción ideológica, sino que atribuyen a una parte de la realidad la condición de “natural”, y a otra parte la de “antinatural”.

Algunas personas consideran antinaturales (desde su personal perspectiva) la fecundación asistida, los alimentos transgénicos, los métodos anticonceptivos, la energía nuclear, la eutanasia, etc.

E históricamente han sido consideradas antinaturales otras conductas o actuaciones.

En nuestro tiempo la esclavitud nos parece lo más antinatural que puede existir, pero Aristóteles sostuvo que la esclavitud es conforme con la naturaleza, pues unos hombres nacen libres y otros nacen esclavos. (Casualmente, él nació libre: ¡ qué cara más dura !)

Desde ciertas instancias religiosas se afirma que el matrimonio es una institución “de derecho natural”. Pero todos sabemos que la monogamia es más bien excepcional en la naturaleza.

Ningún animal fríe ni cuece sus alimentos. Según eso, cocinar sería antinatural.

Ningún animal se viste. Según eso, llevar ropa sería antinatural.

Hasta hace poco en las facultades de Derecho había una asignatura llamada Derecho Natural. Tras cursarla, la conclusión que obtenían los alumnos es que el Derecho Natural no existe.

En la Naturaleza lo normal es que los animales fuertes den muerte a los débiles. Los carnívoros suelen escoger como víctimas a las hembras embarazadas o a los cachorros de otras especies. No hay solidaridad ni clemencia en este punto. La naturaleza es cruel y despiadada.

Los animales que nacen débiles están abocados a morir, ya que nadie acude en su auxilio. Si un animal enferma, lo habitual es que ningún otro (ni siquiera sus congéneres) le ayuden.

Si un animal pierde la vista o el oído, es rápidamente devorado por los depredadores, o muere de hambre en poco tiempo. No creo que nadie haya visto un león ni un antílope llevando gafas o audífono. Por tanto, “lo natural” sería que, cuando una persona queda sorda o miope, muera en cuestión de días.

Los antibióticos, los analgésicos, la anestesia, las prótesis, los trasplantes de órganos, las transfusiones sanguíneas, las intervenciones quirúrgicas… serían, desde este punto de vista, antinaturales.

Obviamente se replicará: “-Pero la inteligencia humana nos ha permitido desarrollar técnicas para curar enfermedades y evitar muertes. Y nuestra inteligencia también es natural. Por tanto, lo que la inteligencia puede conocer y producir forma también parte de la naturaleza; no es antinatural. Y asimismo la mente humana (que es natural) ha desarrollado un sentido de la ética, de la solidaridad, de la empatía, etc; que por tanto también son naturales”.

Lo anterior es suscribible. Pero entonces habría que ser coherentes. Y aceptar que esas otras realidades que algunos repudian por antinaturales (la anticoncepción, la fecundación in vitro, la muerte digna, los alimentos transgénicos, las clonaciones…) son también naturales, porque las ha desarrollado el cerebro humano, que es natural.

En medio de todo esto, lo único que parece claro es que los conceptos “natural” y “antinatural” no tienen utilidad alguna. Deberíamos evitar usarlos, pues sólo generan confusión. Podrán emplearse otros calificativos (solidario / insolidario, justo / injusto, humano / inhumano, egoísta / generoso…), pero en todo caso ganaríamos mucho desterrando de cualquier exposición los vocablos “natural” y “antinatural”.

Tuesday, July 01, 2008

Hiperactivos

La gravedad atrae. Los planetas giran. El aire se mueve y entonces hace viento. El agua se evapora y entonces forma nubes. Las nubes se condensan y entonces llueve o nieva. Su rozamiento causa, a veces, relámpagos. Los minerales cristalizan. Los volcanes erupcionan...

Y hacen todo eso sin necesidad de saber ni de saberse. Sin necesidad de vida ni conciencia. (Porque, para accionar, ni la conciencia ni la vida son necesarias.)

Son seres inertes: ni están vivos ni aspiran a estarlo. Pero no están quietos. Al contrario: siempre, o casi siempre, están haciendo algo.

Son inertemente hiperactivos.