Sunday, July 20, 2008

El espanto por dentro

Viktor Frankl fue un psiquiatra austriaco que, debido a su origen judío, permaneció durante años recluido en varios campos de concentración nazis. En su libro El hombre en busca de sentido recoge algunas de las vivencias que experimentó. No es, seguramente, el libro que mejor describe la vida en los campos de concentración, pero sí el que mejor retrata la actitud de sus protagonistas.

Gracias a este libro podemos saber que:

-No todos los prisioneros eran buenos. Entre ellos también había canallas. Precisamente los más depravados solían ser nombrados Kapos o capataces por los miembros de las SS que dirigían el campo.

-Entre los prisioneros eran frecuentes las intrigas y maquinaciones para influir sobre las autoridades a la hora de seleccionar los presos que periódicamente eran enviados a otros campos (de trabajo o de exterminio).

-Los presos que no participaron en traiciones e intrigas no sobrevivieron. Textualmente dice el autor que los mejores de entre nosotros no regresaron a casa.

-La solidaridad y comprensión entre los presos no siempre estuvo presente. El autor cuenta que, con ocasión de un traslado, el tren en que eran llevados pasó junto a la calle donde él había nacido. Les supliqué un huequecito para acercarme a la mirilla durante un instante. Intenté explicarles cuánto significaba para mí. Rechazaron mi petición con rudeza: “Así que has vivido ahí tantos años… Entonces ya lo tienes muy visto".

-Los prisioneros eran conscientes de que la cámara de gas era el destino de los no productivos. De ahí su afán en mantenerse útiles. El autor relata cómo, tras ser trasladado de campo con otros presos, todos festejaron el hecho de que de las duchas saliera… agua.

-No obstante, los suicidios entre los prisioneros eran frecuentes. Bastaba, para ello, lanzarse contra las vallas electrificadas del campo.

-No todos los dirigentes de los campos de concentración eran malvados. El autor alude a un vigilante que daba pan a los presos quitándoselo de su propia comida, e incluso a un comandante alemán que compraba de su bolsillo medicinas para los prisioneros. Y es que, como concluye Frankl, hay dos razas de hombres en el mundo y nada más que dos: la raza de los hombres decentes y la raza de los hombres indecentes. Ambas se entremezclan en todas partes y en todas las capas sociales. Ningún grupo se compone exclusivamente de hombres decentes o indecentes. Ningún grupo es de pura raza.

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Tras la lectura de este libro queda claro que el nazismo consiguió sacar de las personas (y no sólo de quienes se vieron obligados a colaborar con él, sino incluso de sus víctimas) lo peor que llevaban dentro.

El problema, entonces, no es que Hitler y otros dirigentes nazis fueran unos monstruos, sino que lograron monstruizar a una ingente cantidad de personas.

Y es que, por desgracia y a la vista de lo que la Historia nos enseña, monstruizar a otros parece algo relativamente fácil.

4 comments:

Anonymous said...

Aunque Hitler no hubiera nacido, de alguna u otra forma habria ocurrido. La primera guerra mundial fue el germen de la segunda. En cuanto a los judios,
en epocas pasadas fueron perseguidos por mucho tiempo. Hitler solo era el líder, el que daba la cara por así decirlo pero detrás de el estaban muchas personas con pensamientos similares.

saiz said...

Gracias por tu comentario.

Creo que básicamente llevas razón. La verdad es que no sé mucho de historia, pero opino que en el fondo todas las guerras parten de un error básico, como es creer que pueden ganarse. Y no, no se pueden ganar (igual que no puede ganarse un terremoto, una inundación o un cataclismo).

La supuesta ventaja que podría deparar la guerra (en caso de victoria), queda amplísimamente descompensada por las muertes y sufrimientos que genera.

¿Ganó alguien con las guerras mundiales? Lo que al final quedó fueron ciudades bombardeadas y destruidas (Londres, Stalingrado, Berlín...).

Es raro que cueste tanto trabajo entender que lo que proporciona prosperidad, lo que resulta ventajoso, es lo contrario: la paz, la colaboración y la integración.

Los mismos países europeos que estuvieron involucrados en ambas guerras mundiales (y en las anteriores guerras europeas) han experimentado un desarrollo muy superior en unos pocos años mediante lo contrario de la guerra: la integración y la supresión de fronteras (Unión Europea).

No podemos ni imaginar cuánto se habría desarrollado Europa si, en lugar de permanecer durante siglos agrediéndose unos vecinos a otros (pensemos en "nuestro" Felipe II y sus guerras de Flandes, Nápoles, etc; pensemos en Napoleón y sus delirios imperiales...), se hubiesen dedicado a cooperar e integrarse. No habrían perdido siglos en guerras absurdas (motivadas por oscuros intereses minoritarios y con las que el pueblo nada ganaba), generadoras de sufrimiento. Se habrían ahorrado todo ese dolor (que ya es mucho) y además habrían obtenido muchísimos más avances que los que proporcionan las guerras (suponiendo que éstas puedan generar algún beneficio).

Anonymous said...

Hitler fue un titere en manos de los poderes econòmicos de la època. Fue el imperialismo lo que llevò a la guerra, a una guerra entre imperios: de un lado el imperialismo britànico-francès-norteamericano; y de otro el imperialismo germano-alemàn-japonès (los imperios consolidados contra los imperios emergentes, que veian como los primeros les habian quitado las zonas de saqueo).

En Japon no tuvieron un Hitler y eso no impidio que este pais entrase en la guerra, porque en realidad era una lucha por el imperialismo: en el caso de Japon por el control econòmico sobre las zonas del Pacifico.

Gemma said...

Me resulta muy interesante tu entrada, Saiz. En efecto, la falta de libertad nos "monstruíza", como dices, sacando afuera lo peor de nosotros.

Estoy leyendo un libro de Rosa Sala Rose, Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo, ed. Acantilado, que seguro que te interesará. Cuenta cómo cada triunfo del nazismo respondía a una realidad previa, fraguada en ocasiones desde antiguo.

Así, Hitler surgió porque había un terreno previamente abonado: el odio al judío, la necesidad de ser "salvados" por un líder que restituyera el honor arrebatado a los alemanes (por la excesiva severidad del Tratado de Versalles, en 1914), y el ansia de volver a ser respetados, aun a costa del uso de la violencia, para demostrar la fortaleza del pueblo alemán, un ansia fruto de su orgullo herido (fíjate qué paradojas, que ahora son los israelíes los que usan la misma violencia que padecieron...) constituyeron un peligroso caldo de cultivo que vino a concretarse en la 2ª guerra mundial, como no podía dejar de suceder...

Saludos