Sunday, March 30, 2008

Hormiguitas

Yo tenía 10 años. En una caja de zapatos, en cuya tapa había hecho unos agujeros, guardaba mis gusanos de seda. Aún eran pequeños. Habían nacido a mediados de marzo y lo que voy a contar pasó poco después de Semana Santa.

El caso es que las hormigas se metieron por los agujeros de la caja, mataron a los gusanos y los seccionaron en trozos. Las sorprendí cargando con los cadáveres, de camino a su hormiguero.

Es uno de esos recuerdos de la infancia que no se olvidan.

Tardé años en entender que las hormigas no fueron, no son, crueles. Que crueles son sólo las leyes y mandatos biológicos que tienen que cumplir.

Estos días releo El origen del hombre, de Darwin, y encuentro esta frase: Los animales inferiores manifiestan, como el hombre, sentimientos de placer y dolor, felicidad y desdicha… También los insectos juegan entre sí”. Y a continuación alude a hormigas que corren tras sus compañeras y se mordisquean como perros pequeños.

Así que las hormigas también juegan. Hay hormigas-niñas que juegan unas con otras. Como los hombres-niños, como los cachorros humanos. Como yo, cuando tenía 10 años.

Probablemente nunca me reconciliaré con las leyes biológicas, pero creo que las observaciones de Darwin me reconcilian, definitivamente, con las hormigas.

4 comments:

Gemma said...

De hecho, somos esas mismas hormigas ampliadas hasta la exageración, ¿no te parece?

Un abrazo

saiz said...

Sí, Mega. Supongo que somos algo así como una prolongación de los demás seres. Un poco más evolucionados, si acaso, pero nada más que eso.

Anonymous said...

Al menos, Isidro, no fuiste tú el cruel con los animales. Recuerdo, no sé ni cómo pude entonces, al lado del Esgueva, como me dedicaba junto a algunos amigos, a coger ranas y ponerlas medio cuerpo fuera en una alcaltarilla y luego soltaba la tapa. El resto no hace falta que lo explique. Aún ahora, sigo sin comprender cómo pude hacer aquello, la crueldad de mis seis años. Ahora que incluso si veo una araña o cualquier otro insecto trato de llevarlo al exterior de mi casa con un trapo para no matarlo. Quizá sea mi subconsciente que trata de hacer que se me perdonen esas matanzas. No sé, la verdad.
Cloe

saiz said...

Hacemos cosas sin saber por qué. Eso nos pasará siempre, pero cuando somos niños nos sucede más. Imagino que se juntan el aburrimiento y la curiosidad: el deseo de conocer qué pasará si hacemos algo.

Sobre lo que cuentas de las ranas, yo recuerdo, por ejemplo, que de pequeño junto con otros niños nos entreteníamos cortando el rabo a las lagartijas, para ver cómo el rabo -después de cortado- seguía moviéndose durante casi un minuto, como si tuviera vida autónoma. Te aseguro que era así.

Después he leído que los animales inferiores (como reptiles o insectos) no viven el dolor como nosotros, ya que su cerebro y sus receptores nerviosos no procesan las sensaciones álgidas con la intensidad con que nosotros las vivimos.

Ojalá que sea así.

(Gracias por tu comentario.)