Friday, April 03, 2009

Pequeño país

A veces quiero alegrarme y no me alegro. Quiero entristecerme y no me entristezco. Quiero creer algo y no lo creo. Quiero que algo me guste y no me gusta. Quiero detestar algo y no lo detesto. Quiero olvidar algo y no lo olvido…

¿Y por qué habrían de obedecer mis emociones, y mis gustos, y mi fe, y mi memoria… a mi voluntad?

¿Quién es esa señora, la voluntad, para creerse tan importante? ¿Quién cree que es para mandar en todo el mundo?

¿Acaso la obedecen el corazón, los riñones, la vesícula, el páncreas…? No, ellos van por su lado (como si adoptaran sus propias decisiones) y mi voluntad por el suyo.

Fuera de mis actos, la voluntad no tiene soberanía. Sólo mis actos (y ni siquiera todos) obedecen sus órdenes.

El reino de mi voluntad es parecido a Liechtenstein o Andorra: una nación pequeña, un estado diminuto.

2 comments:

emilia said...

Leí en un artículo de Eduardo Punset que es más fácil pilotar un Jumbo que lo que sería pilotar uno su propio hígado . Seguramente es por eso que hay cosas que no dependen de la voluntad.

saiz said...

Completamente de acuerdo, Emilia. Si tuviéramos que gestionar nuestro propio corazón (el ritmo de los latidos), nuestros pulmones (acordarnos de cuándo hay que inspirar y espirar, y por supuesto no interrumpir el proceso más de 30segundos seguidos), el hígado, el páncreas, la termorregulación, etc... menudos líos que nos armaríamos. La mayoría de las veces se nos olvidaría algo importante, y en esas condiciones no creo que sobreviviéramos fácilmente. En fin: Está claro que, dentro de nosotros, hay otros gestores más competentes, sabios y disciplinados que la propia voluntad.

Gracias por tu comentario.