Wednesday, March 25, 2009

Verdes campos del edén

Durante los años que Antonio Machado vivió en Baeza disfrutaba a menudo paseando por el campo. A esos paisajes aludió en muchos de sus poemas. En algunos habla de “olivares polvorientos del campo de Andalucía”, “el campo andaluz, peinado por el sol canicular, de loma en loma rayado”, “matorrales, alcaceles, terraplenes, pedregales, olivares, caseríos, praderas y cardizales, montes y valles sombríos…”. En otro poema llega a decir “Campo de Baeza, soñaré contigo cuando no te vea”.

Casualmente ese mismo entorno fue el escenario de mi infancia. Pasé mi niñez en Baeza y, como cualquiera que haya vivido allí, puedo identificar fácilmente los paisajes a que en sus versos aludía Machado.

Tal vez esos paisajes no me emocionen tanto como a don Antonio, pero también me gustan.

Hoy leo, en un artículo del novelista Antonio Muñoz Molina (nacido en Úbeda, a sólo 8 kilómetros de Baeza, y conocedor por tanto del mismo paisaje), que “No me había parado a pensar hasta ahora que este paisaje tan íntimo, tan exclusivo de mi vida, no tiene nada de original: se parece a muchos de los que ha representado durante siglos la pintura y a los que pueden verse en fotografías e ilustraciones de innumerables calendarios. También se parece, estadísticamente, al que aseguran preferir la inmensa mayor parte de los seres humanos. (…)

Lo cuenta Dennis Dutton en The Art Instinct, una investigación sobre las raíces evolutivas. (…) Lo que reconocemos instantáneamente es el hábitat de las sabanas del este de África en el que evolucionó nuestra especie, y antes que ella la de nuestros homínidos antecesores.

En lo más profundo de nuestra memoria genética se fueron imprimiendo los rasgos del paisaje más favorable para nuestra supervivencia.

En mi imaginación, lo mismo que en mi recuerdo, estoy situado a una cierta altura sobre el valle, en un lugar en el que me siento protegido y en el que a la vez puedo distinguir si se aproxima un enemigo o alguna posibilidad de caza. Los árboles ofrecerán sombra, alimento, refugio, pero no se cerrarán sobre mí en una selva o un bosque en el que me perderé fácilmente y seré más vulnerable”.

Con lo cual, creo entender por qué a Machado, a Muñoz Molina, a mí (y, por lo que se ve, a casi todo el mundo) nos gusta el mismo tipo de paisaje. Porque nos evoca el hábitat idóneo: el ancestral y primario paisaje del hombre.

4 comments:

Anonymous said...

Yo estuve en Ubeda y Baeza y son unas ciudades preciosas, asi como la sierra de Cazorla, todas en la privincia de Jaén.

Anonymous said...

El paisaje entero del valle del Guadalquivir es una maravilla.

saiz said...

Gracias por vuestros comentarios. Lo que el artículo de Muñoz Molina viene a decir es que esos paisajes abiertos, verdosos y predominantemente llanos, no extremadamente secos como un páramo ni tampoco muy acuosos como un humedal, son atractivos porque así era el hábitat o ecosistema idóneo, aquél en que los homínidos se encontraban mejor. El paisaje que se divisa desde las lomas de Úbeda o Baeza se ajusta a ese estándar, y probablemente por eso resulta atractivo. Pero sin duda hay muchísimos otros paisajes que responden a las mismas pautas y es por eso que nos seducen.

Anonymous said...

Machado y el Guadalquivir, en "Juan de Mairena":

"Otro acontecimiento también importante de mi vida es anterior
a mi nacimiento, Y fue que unos delfines, equivocando su camino, y
a favor de la marea, se habían adentrado por el Guadalquivir, llegando hasta Sevilla. De toda la ciudad acudió mucha gente, atraída por el insólito espectáculo, a la orilla del río; damitas y galanes, entre ellos los que fueron mis padres, que allí se vieron por vez primera. Fue una
tarde de sol, que yo he creído, o he soñado, recordar alguna vez."