Tuesday, May 18, 2010

Un gran lector

Leo la reseña de “Libros para el führer”, de Juan Baráibar, una obra que trata sobre los libros leídos por Adolf Hitler:


“Era un gran lector, al menos en términos cuantitativos, como ponen de relieve dos hechos, confirmados por múltiples testigos: …su extensa biblioteca personal, repartida entre diversas ciudades (Berlín, Múnich y Obersalzberg, su refugio alpino), calculada según Frederick Oeschsner en unos 16.300 volúmenes; en segundo lugar, diversos testimonios nos hablan de Hitler como lector voraz, incluso compulsivo, a razón de un ejemplar por noche… Admiraba a Cervantes y Shakespeare, del mismo modo que disfrutaba con Robinson, Gulliver o La cabaña del tío Tom. Junto a estos autores y obras, sin embargo, también tenía en gran estima El judío internacional, el tratado antisemita de Henry Ford. Poseía también un manual de 1931 sobre el uso y propiedades de los gases venenosos, uno de cuyos capítulos estaba dedicado al asfixiante que sería comercializado como Zyklon B, que sirvió para perpetrar la mayor matanza en serie de seres humanos conocida hasta entonces”.


Lo cual confirma, una vez más, lo que de sobra sabemos: que la formación académica, la cualificación técnica, incluso la posesión de una inmensa cultura…, no garantizan en absoluto la honradez ni la sujeción ética de una persona.

Es más, tales cualidades (formación, conocimientos técnicos, cultura), en manos de alguien dispuesto a hacer el mal, pueden convertirse en medios facilitadores de su conducta dañina. Pueden ser puestos al servicio de la crueldad.

En el caso de Hitler, no solamente fue un voraz lector, sino que también escribió (en su libro “Mein Kampf” esbozó los rasgos básicos del nazismo).

Así pues, se puede ser lector, escritor, científico, intelectual… y nada de eso guardará relación con la bondad o la maldad, la honradez o la abyección de esa persona.

Si tuviéramos que escoger entre Hitler y un hombre anónimo que nunca leyó un libro, elegiríamos sin duda a la persona inculta.