Monday, February 01, 2010

La música según Pessoa

A su muerte, el escritor portugués Fernando Pessoa, que apenas había publicado nada en vida (salvo algunos poemas sueltos en una revista literaria llamada Orpheu), dejó un baúl lleno de manuscritos. En él no sólo guardaba poemas, sino también esbozos, borradores, pensamientos, apuntes, correspondencia, hojas de su diario personal... Poco a poco van saliendo a la luz esos escritos. Leerlos supone una especie de violación de su intimidad, de esa privacidad post mortem a la que todo el mundo debería tener derecho. Pero por otra parte son -muchos de ellos- escritos tan deslumbrantes que destruirlos implicaría una gran pérdida para la humanidad. Algunos de esos textos pueden leerse ahora en el blog pessoasdepessoa (personas de Pessoa) -pessoasdepessoa.blogspot.com-, publicado por Carlos Ciro. Junto a los originales en portugués o en inglés (Pessoa, que pasó su infancia en Suráfrica, escribía indistintamente en ambas lenguas) encontramos su traducción al español. Hay, entre los textos publicados por Carlos Ciro, dos poemas de Pessoa dedicados a la música. Son éstos:



LO QUE ESA MÚSICA ME ENTREGA

El velo de lágrimas no ciega.

Veo, llorando, lo que esa música me entrega
-la madre que tuve, el antiguo hogar, el niño que fui,
el horror del tiempo, porque fluye, el horror de la vida, ¡porque sólo es matar!-.
Veo y me adormezco en un torpor en que me olvido que existo aún en este mundo que existe...
Estoy viendo a mi madre tocar.
Y esas manos blancas y pequeñas, cuya caricia nunca más me arrullará,
tocan al piano, cuidadosas y serenas, (¡Dios mío!)
Un soir à Lima.
¡Ah, veo todo claro! Estoy otra vez allí.
Aparto del claro de luna exterior y extraño los ojos con que la vi.
¿Pero qué? Divago y la música terminó...
Divago como siempre divagué sin tener en el alma la certeza de quien soy,
ni verdadera fe o una ley firme.
Divago, creo eternidades mías en un opio de memoria y de abandono.
Entronizo fantásticas reinas sin tener para ellas un trono.
Sueño porque me baño en el río irreal de la música evocada.
Mi alma es un niño harapiento que duerme en una oscura esquina.
Sólo tengo de mí, en la realidad cierta y despierta,
los harapos de mi alma abandonada y la cabeza que sueña contra el muro.
Pero, madre, ¿no habrá un Dios que no me tome totalmente en vano,
u otro mundo en el que ahora esté esto?
Divago aún: todo es ilusión.
Un soir à Lima.


Quiébrate, corazón...

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LA MÚSICA EN TODO CASO



La música, sí, la música…
Piano banal del piso de enfrente.
La música en todo caso, la música…
Aquello que viene a buscar el llanto inmanente de toda criatura humana.
Aquello que viene a torturar la calma con el deseo de una calma mejor…
La música…
Un piano allí arriba con alguien que lo toca mal.
Pero es música…
¡Ah, cuántas infancias tuve!

¿Cuántas buenas tristezas?
La música…
¡Cuántas más buenas tristezas!
Siempre la música…
El pobre piano tocado por quien no sabe tocarlo.

Pero, a pesar de todo, es música.
Ah, ahí consiguió una nota continua —una melodía racional—.

¡Racional, Dios mío!
¡Como si alguna cosa fuera racional!
¿Qué nuevos paisajes en un piano mal tocado?
¡La música!… ¡La música…!



Sobran comentarios. Sólo se me ocurre añadir que, como cualquier poeta, Pessoa era muy consciente de que, por mucho que alguien se esfuerce en decir algo con palabras, nunca-nunca-nunca logrará transmitir aquello que la música es capaz de expresar.