Lloró por la finitud y la amputación. Lloró por sí mismo y por la soledad en que, sin Lázaro, quedaba. Lloró por lo que todos lloramos.
Era un hombre recio e impasible. Pero no hasta ese punto. No hasta el extremo de no llorar nunca.
Puede que sólo pasara esa vez, pero el caso es que, al enterarse de la muerte de su amigo, Jesús lloró.
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2 comments:
La pérdida del otro, e incluso su vislumbre, nos recuerda lo débiles y frágiles que somos. Nuestra profunda humanidad.
Un abrazo
Yo vivo las pérdidas como amputaciones. No es que se haya ido alguien a quien quería, es que me han mutilado de él o de ella.
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