Mientras hacía las camas, mi madre cantaba la Salve. No la rezaba, la cantaba. Con la misma entonación decía las palabras alegres (vida, dulzura, esperanza nuestra) y las frases terribles (los desterrados, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas).
Mientras ajustaba sábanas y sin variar de melodía (sí, sin cambio de ritmo) recitaba unas y otras palabras. Y a mí se me hacía raro.
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